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Cuentos de hadas (2)

  • yoescriboporti
  • 9 mar 2016
  • 2 Min. de lectura

Sintió acogedora la ciudad fría por la luz del cielo de invierno. Caminó mucho rato para llegar a su cita. Una de las dríades la esperaba angustiada. Desde la Gerencia del Jardín alguien había ordenado talar su árbol, ese que ella tanto había protegido. Estaba desconsolada. Vamos a comer, que ya sabes que ayuda – le dijo, porque era lo único que se le ocurrió de momento-. Entraron en un restaurante cercano y pidieron una mesa alejada para evitar sentirse aturdidas por las voces del resto de comensales. Los camareros, muy jóvenes, las trataron como las dríades que eran y ellas pudieron charlar. No es justo, le explicó, él no ha hecho otra cosa que crecer como podía. Ya sabían que el cedro le haría sombra, lleva creciendo y creciendo los últimos cien años. No hay derecho a que ahora haya que sacrificarle por canijo. No supo consolar a su amiga. Otras veces la había avisado: Mira que está muy cerca, anímale para que sea más rápido y conquiste la luz, mira que ese grandón al final se hará con el terreno. Pero ella, nada, le mimaba, le podaba, le contaba historias y el arbolito apenas aumentaba su tronco y echaba ramas largas y finas. La sombra de los grandes es poderosa, concluyeron a los postres.


Con los cafés, antes de volver la una al trabajo y la otra a su casa, tomaron una decisión: esa noche desenraizarían el arbolito y lo trasladarían a un lugar más despejado. Me sentiré un poco sola, reflexionó la dríade en voz alta. Pero aislado se hará fuerte, se dijeron y brindaron chocando sus tazas. Entonces, aunque ya le echaban de menos, no evitaron una sonrisa de consuelo y otra de maldad pensando en la cara del leñador que al día siguiente enviaría la Gerencia.

 
 
 

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