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Cuentos de hadas (5)

  • yoescriboporti
  • 6 jul 2016
  • 1 Min. de lectura

Cuando la reina de las hadas tiene calor, mira al pavo real con ojos amorosos y éste, sin dudarlo un segundo, se arranca varias plumas de la luminosa cola y se las ofrece de abanico. Son tan grandes que ella, para evitar un hechizo demasiado vulgar y darse aire sola, las cuelga del roble. El árbol, entonces, sonríe y mueve levemente las ramas, lo suficiente para que plumas y hojas se balanceen y difundan el escaso frescor del bosque en verano. El resto de los seres son agradecidos y, cuando van al lago, no olvidan traer para el árbol un gran balde de agua que esparcen bajo el tronco y cala, cala, refrescando las raíces. Por su parte, al pavo desmochado le organizan en otoño un homenaje y le desean pronta recuperación.

 
 
 

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