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Cuentos de hadas (4)

  • yoescriboporti
  • 20 mar 2016
  • 3 Min. de lectura

Los seres del bosque se reunieron en torno a la mesa. Había deliciosas viandas que había preparado la gnoma de más edad: riquísimas croquetas de esencia de musgo, embutido de líquenes muy cortaditos, patatas fritas, muchos más aperitivos y, en el centro, un enorme tiburón al horno, con su lima y su limón. ¡Pobre tiburón!, fue lo primero que todos exclamaron, segundos antes de hincarle cuchillos y tenedores y decir casi al unísono: ummmm, qué rico.


Nadie se acordaba de qué celebraban ese día, pero no importaba porque cualquier excusa valía para disfrutar de la sabiduría de la gran cocinera del bosque.


A los postres (tartas de fresas, pastitas de melocotones, crema catalana y, por supuesto, cava e infusiones digestivas), ella levantó su finísima copa y dando golpecitos en el borde con una cucharita de plata, la hizo tintinear. Tin, tin, tin, sonó el cristal y, a continuación, proyectando su suave voz como una actriz consagrada para que todos la oyeran, dijo:


Mis queridos seres del bosque, gracias por haber venido otra vez. Siempre es un placer veros y mucho más, que disfrutéis tanto de lo que soy capaz de cocinar. Os aseguro que lo hago con todo mi amor. (En ese punto se oyeron murmullos de aprobación: sí, sí, que se repita, estaba todo buenísimo).Pero no quería que empezarais con los licores sin deciros algo. (Un trasgo retiró entonces la mano de la botella que acababa de agarrar). Esta será nuestra última celebración.


Las caras de todos los comensales se quedaron paralizadas: uno dejó de masticar con una bola en un moflete, otro no bajó la taza que estaba junto a sus labios, la de más allá se quedó mirando fijamente al mantel… Todos esperaban razones, ¿qué era lo que había dicho?, ¡seguro que habían oído mal!


Mañana pienso morirme –escucharon a continuación-. Lo soltó así, sin más, casi con una sonrisa adivinada en su cara. Además, se le bajaron los hombros, como cuando se suelta algo pesado y el cuerpo se relaja.


Queridos, queridas -siguió con un tono muy dulce-, recuperaos de la sorpresa y bajo ningún concepto os pongáis tristes. La cosa es sencilla. Ya he vivido bastante, estoy cansada y tengo ganas de morirme. Mañana empieza la primavera y me gustaría terminar siendo alimento para algunas flores. Debe ser una gran experiencia y una nueva para mí –se echó a reír en este punto, pero sólo ella-. Me ha dado tiempo a conoceros, a compartir muchas cosas y a comprobar que podréis ser felices si os empeñáis. Yo lo he sido, imaginad si ahora lo estropeo –y la sonrisa que se le había borrado, aumentó-. Ya no tengo fuerzas para guisar para tantos, ni para emprender más aventuras y no quiero sentarme en el porche y ver la vida pasar. No si yo no puedo ser parte de ella. Así que, nada de lloros, ni de tristezas. Terminad esos postres que luego se quedan en la nevera y mañana no valen nada. Y, después, a cantar y bailar, a ver si este último banquete es el mejor.


Si los seres del bosque se enteraron del discurso es una incógnita, si de verdad se dieron cuenta de todo lo que la echarían de menos, otra. Tal vez, simplemente respetaron la decisión de la gnoma y quisieron que fuera muy feliz. El caso es que se oyó música durante toda la noche y, al día siguiente, colocaron sillas rodeando el árbol de la casa. Se llevaron cerveza y cacahuetes. Esperaron allí a que se cumplieran sus deseos y gritaron ¡hurra!, cuando ella salió por última vez a despedirse.


Finalmente, pensaron, no se iba, sólo se quedaba de otro modo, en las flores y en el aire.

 
 
 

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