Cuentos de hadas (6)

Como en todos los bosques, en éste hay un grupo de seres sabios. Los seres sabios son listísimos además de sabios o tal vez por eso.

Una vez por temporada, preparan un ciclo de conferencias y llaman a colegas de otros bosques. El evento se divulga con carteles en cada árbol y en cada hongo. El resto del bosque agradece compartir ideas y los invitados e invitadas suelen disfrutar con ello.

Sólo una vez organizaron la disertación de un Ego Supremo.

Fueron a buscarle a la estación, le invitaron a comer y le compraron para la siesta el periódico del día. En la conferencia, por la tarde, le presentaron con gran boato y ya, borracho de ego, habló ante las miradas atónitas de ardillas, gnomos, dríades y demás asistentes. Habló y habló mirando por encima a sus oyentes, habló y habló sin importarle si lo que decía podía afectarles, interesarles o hacerles dudar. Sólo habló y, en el turno de preguntas, cuando alguna le resultó incómoda no la contestó o lo hizo con impertinencia. Las borracheras de ego tienen ese efecto.

Los seres sabios aplaudieron como locos al final del acto.

A la salida, hubo quien, repleto de indignación, se quejaba de la pérdida de tiempo; quien se lamentaba de algunas ideas mal explicadas; e, incluso, quienes protestaban ofendidos porque el Ego Supremo había llegado a ser insolente.

Los seres sabios no se inmutaron. Llevaron al invitado a cenar y atendieron sus requerimientos por absurdos que fueran. Antes de irse, él agradeció por todos los medios la maravillosa recepción de los habitantes del bosque a quienes, estaba seguro, tanto servirían sus aportaciones.

Y en la siguiente conferencia, los seres sabios, listos, listísimos, explicaron que, en realidad, aquello había sido un ejemplo de cómo no dar una conferencia y de los efectos perniciosos de la misma, y que vivirlo en la práctica era el mejor aprendizaje.

El Ego Supremo siguió su gira.

Los habitantes del bosque nunca más quisieron saber nada sobre el tema de aquella conferencia.