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Cuentos de hadas (3)

  • yoescriboporti
  • 11 mar 2016
  • 1 Min. de lectura

El hada paseaba con el gnomo barbudo. Le contaba él sobre lo injusto que había sido que le apartaran de la dirección de la fábrica de esencias. Llevaba tanto tiempo trabajando allí que conocía cada uno de los problemas y, por supuesto, también para cada uno diez soluciones distintas, ¡diez, eh, no una, diez! –enfatizaba-. No estaba bien que esos gnomos inexperimentados y lampiños fueran quienes le dijeran a él, ¡a él! –y el hada estaba ya un poco harta de énfasis- lo que tenía que hacer.



Para calmarle un poco, le propuso tomar una infusión allí cerca, en el bar propiedad de una ninfa. Al entrar, el gnomo se cobró su enfado groseramente: ¡tú, rubia, ponme un té! La ninfa detrás de la barra, indignada, no le miró, lo que aún le hizo ponerse más rabioso. ¡Vámonos!, dijo al hada, que está claro que ésta no se entera, añadió. El hada, muy molesta con su amigo, se acercó primero a la ninfa, pidió el té y también perdón por el comportamiento de él. Después, le llevó ante un espejo que colgaba en una esquina: Mírate, le dijo, eres ese barbudo insufrible y ceñudo, capaz de tratar mal a cualquiera, ¿cómo quieres que te aprecien? Él desarrugó el ceño, fue a la barra, pidió perdón de nuevo a la ninfa, escuchó avergonzado sus reproches y se pasó después la tarde jugando al ajedrez con los clientes del bar, imberbes y bulliciosos. Perdió muchas partidas.


A esas alturas el hada ya estaba cenando en su casa.


 
 
 

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